El
siglo 21 se inició con una serie de acontecimientos que afectan a
la salud de la población. La crisis financiera, la desocupación,
la recesión, la desnutrición, son estresantes a la hora de hacer
un balance sobre nuestras vidas. La guerra que se desencadenó
tras la destrucción de las torres gemelas de Nueva York, el
desborde del río Salado en Santa Fe, la delincuencia en las
calles, la inseguridad que nos agobia, está mellando nuestro
patrimonio social y cultural.
De
esta realidad no permanece ajeno la persona del docente. Más
aún, el profesor y el maestro deben afrontar hora tras hora una
situación de conflicto que está lejos de compararse con un
armónico proceso de enseñanza-aprendizaje. El incremento de
horas de trabajo (hasta 44 horas semanales en nivel medio, según
la ley de incompatibilidad) en detrimento del salario, obligó a
los profesores a acumular mayor carga horaria para recibir un
sueldo algo mejor pero relegando conquistas sociales y laborales,
cediendo su tiempo para el descanso, la recreación y la vida
familiar. Además las modificaciones en la ley de jubilaciones,
con el aumento de la edad para obtener el beneficio y con la
eliminación del 82% móvil, fue otro sacudón a la estabilidad
emocional de muchos docentes que ya no encuentran en la profesión
el incentivo contenedor del que gozaron en otros años.
Estos
y otros factores (régimen de licencias, concursos,
titularización, censo, etc.) son el motivo de reacciones poco
felices ante sus pares, ante los padres y, lo que es peor, ante
los alumnos. Las discusiones son frecuentes, las actitudes de
enfrentamiento con los alumnos, por actos que se consideran de
indisciplina van afectando la profesionalidad de los profesores y
los tornan hostiles ante una adolescencia que, con las mismas
razones, vive acelerada y no le encuentra motivos a su existencia.
Hay
una enfermedad, "síndrome de burnout" o "síndrome
de estar quemado por el trabajo" que debería empezar a ser
considerado como enfermedad laboral en la función del docente.
Esta patología, parecía estar lejos de nuestra cotidianeidad,
pero la globalización también nos ha traído esta forma de
estrés laboral.
El
"síndrome de burnout" está directamente relacionado
con las profesiones que tienen una alta interacción con otras
personas. Se caracteriza por agotamiento emocional,
despersonalización y una baja realización profesional de los
agentes sociales que lo padecen y presenta una serie de
consecuencias fisiológicas, psicológicas y conductuales que
debemos tener en cuenta a la hora de considerar la salud laboral
de los docentes. Aunque está relacionado con el estrés, el
"burnout" tiene características diferentes y aparece
como consecuencia de un control deficiente o inadecuado de las
estrategias utilizadas para afrontar las situaciones o cuando la
fuente de estrés se relaciona con la interacción con otras
personas.
Las
causas específicas de estrés y de "burnout" de la
enseñanza, consideradas como más importantes por los mismos
profesores son: la falta de tiempo suficiente para preparar el
trabajo; el número de alumnos por clase; la baja consideración
de la profesión docente; la competitividad; el desinterés de los
padres por sus hijos; la falta de motivación de los escolares; el
excesivo papeleo burocrático y la hostilidad o mala conducta de
los alumnos. Los síntomas más comunes: cansancio, nerviosismo,
preocupación, tensión, irritabilidad e ideas obsesivas.
Algunas
actitudes de los docentes para con los alumnos, con los padres y
con otros docentes se pueden encuadrar en este diagnóstico y, no
es que las quiera justificar, pero se puede comprender el por qué
de su obrar. Son frecuentes: agresiones y discriminaciones que no
favorecen en nada la formación de la personalidad y la templanza
del carácter de sus alumnos; los fracasos escolares con excesiva
y continua repitencia; las discusiones docente-alumno con
vocabulario procaz; las amenazas con amonestaciones y / o aplazos;
las prohibiciones de concurrir a los sanitarios en horas de clases
cubriendo una desconfianza enfermiza; cinismo en el trato con los
padres y colegas; permisividad, etc, presentan un panorama negro
que afecta a la familia y a la comunidad, con desprestigio
creciente de las instituciones educativas y de sus profesores o
maestros.
El
catedrático que trabaja el máximo de horas o el que tiene
actividades en varias instituciones, es más vulnerable a sufrir
un desgaste o una fatiga mental emocional que no se recupera con
el mismo descanso o desconexión mental. Para contrarrestar este
desgaste se requiere ejercer la docencia con profesionalidad y
responsabilidad y que la institución le facilite espacio, tiempo
y recursos suficientes para que pueda elaborar mentalmente las
emociones que moviliza en su trabajo.
Colega
docente, si te sientes agotado, agresivo, si no soportas estar en
el aula con tus alumnos, requiere los servicios médicos y cuida
tu salud, el daño que estás haciendo a una generación de
jóvenes argentinos es muy grande. La sociedad requiere un
profesional sano. Si por el contrario piensas que necesitas cobrar
el presentismo, estás equivocado, la docencia no es una actividad
de beneficencia.
Edelmiro
Bianchi
Catedrático
del Instituto de
Profesorado
Nº6 de Coronda, Santa Fe