Por
un problema de salud el médico me indicó un estudio con carácter
de urgente, llamé en el horario indicado al Sanatorio San Carlos y
la recepcionista muy amable me dio turno para el día siguiente a
las 18 hs. Recuerdo que le insistí asombrada "¿a las 18
hs.?". Como el sanatorio está cerca de la estación Maq. Savio
no me pareció un horario oportuno por el regreso. Pero pensando que
era menester el estudio clínico y por una disposición de PAMI
además del médico de cabecera hay que obtener la orden del
especialista, acepté... "con oraciones espantaré el temor
a la zona".
Tomé
el colectivo 203 que nos lleva desde Pacheco hasta la misma puerta
del sanatorio. Cuando giró de la colectora para tomar la Ruta 26
comenzó la magua de poder admirar un espectáculo emocionante, a
esa hora, en una jornada del otoño del sur esplendorosa. El sol iba
desapareciendo en el ocaso dando paso a la noche. Los haces de luz
todavía eran brillantes y al inundar la añosa arboleda algunos
verdes eternos y otros ya despojados de las hojas amarillas y
marrones que alfombraban el césped de las quintas. Los flecos del
sol se filtraban horizontalmente y lograban una sinfonía
cromática, perfumada y sorprendente.
Cuando
quedó atrás el éxtasis, porque era tiempo de llegar, pensé o
sentí que Dios me había regalado ese breve romance con la
naturaleza y que mi corazón y mis sentidos estaban en paz y
agradecidos.
Llegamos,
entré al hall y al dirijirme a la recepción la señorita me dice: "hay
un error, a esta hora no está el doctor... ¿Está segura que
llamó aquí?".
Debe
haber notado mi semblante de frustración y seguramente habrá
pensado que iba a comenzar con gritos de protesta -no era para
menos- y me reitera: "¡qué desagradable error!. Perdón
por el tiempo y el gasto". Si claro... pero recordé el
episodio que aún latía en mi alma, de tanta belleza natural a esa
hora del atardecer que, sonriendo, le digo: "no te creas...
¡fue un placer!".