Dicen
que si los escépticos necesitan ver para creer, a la gente de
esperanza les alcanza con creer para ver. Estamos en mayo, el mes
de la revolución patria, que fue el proyecto de un grupo de gente
que primero creyó con fuerza en la utopía de una nación
independiente y después se impuso la tarea de construirla.
Este
es un buen momento para recordarlos y para intentar una defensa de
la esperanza. Es verdad que hay razones ciertas para la
desconfianza en tiempos de tanto desengaño. Pero no tenemos que
olvidar que lo que hemos construido como nación, lo hemos hecho
con la guía de los fuertes ideales que nos conducían.
Es
muy grande la importancia que tienen en la vida estos deseos e
ideales. Ellos nos indican el camino a seguir. Lo peor que nos
puede pasar como comunidad es olvidar este horizonte de anhelos,
resignarnos a vivir en el mero presente. Estaríamos reduciendo
este horizonte y haciéndonos sordos a la voz de Dios, que nos
habla a través de estos buenos deseos, de aquella inclinación a
la realización de lo que hondamente percibimos en nosotros.
La
gente de Mayo tenía grandes ideales compartidos: la autonomía de
una nación soberana, la formación de un gobierno que
representara a la población... Cuando accedieron a la posesión
del poder, inmediatamente comenzaron a legislar y a tomar las
decisiones necesarias para llevar a la realidad aquello en lo que
creían. Pero la esperanza siempre termina confrontando con la
realidad, y los integrantes de nuestra Primera Junta tuvieron que
experimentar en muchas ocasiones el fracaso de sus ilusiones y sus
proyectos personales. Es el precio de la esperanza, que tiene que
ponerse en marcha a través gestos y acciones concretas, día a
día, porque, sino, corren el peligro de quedarse en utopías.
Que
la lucha por sobrevivir no nos quite la posibilidad de soñar, de
creer en esas cosas que veremos. Es propio del Espíritu Santo
sembrar deseos, aspiraciones, motivaciones que nos ayudan desde
dentro a hacer muchas cosas buenas, y que al mismo tiempo nos
traen una enorme alegría. Es una "estrategia" que tiene
Dios para con nosotros: nos propone ayudarlo a construir el Reino
y aceptando su propuesta, nos hace profundamente felices.
Jorge
Casaretto Obispo de San Isidro
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