Educar
es formar, en el sentido más extenso del término, para que se
cumpla un proceso de socialización ineludible, para la promoción
de un mundo más civilizado, crítico con los defectos del
presente y comprometido con la moral de las estructuras y
actitudes sociales.
Educar
es transmitir valores. No todos son éticos, pero sí son
sencillamente humanos, en un mundo donde la humanidad está en
falta. Por ende, de eso se trata: de recuperar el valor de la
humanidad.
Existe
sin duda un lenguaje valorativo que nos habla de justicia,
solidaridad, paz, amor, igualdad, equidad y que da un sentido
inequívocamente positivo a estas palabras. No obstante, y a pesar
de mentarlos constantemente, sentimos que estos valores parecen
estar en crisis, y son los fines instrumentales y el acceso a la
tecnología más rabiosa los que están al mando del timón de los
sistemas educativos.
Es
cierto que actualmente el crecimiento económico nos ha hecho
creer que sólo vale aquél que tiene formación como para
producir. Y que ese producir es la medida del éxito y del
reconocimiento social.
Pero
también es cierto que es imprescindible enseñar valores en una
sociedad que los repele si estamos convencidos de que
independientemente de su rentabilidad económica y social son
fundantes para llevar adelante un proyecto democrático con
autonomía individual, donde se respeten los derechos pero nos
hagamos cargo de los deberes correspondientes que también son
universales.
La
libertad, la equidad, la igualdad, la vida, la paz, obligan a la
justicia, a la solidaridad, a la tolerancia y a la responsabilidad
compartida por todos y cada uno.
Sólo
así estaremos actuando para formar individuos que no renuncien ni
a su dimensión social ni a su dimensión individual movidos por
una racionalidad definitivamente con arreglo a valores.
Periódico
General Pacheco
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