Regreso
de España, donde tuve oportunidad de vivir dos meses compartiendo
charlas e intercambiando vivencias con mis compatriotas. A muchos
de ellos, cuyas edades oscilan entre 40 y 50 años, los expulsó
su país natal, empuñando la feroz arma del desempleo.
Partieron
solos, dejando esposa, hijos, amigos e historia de vida, aferrados
a los comentarios que llegaban de la madre patria, o por boca de
argentinos en el exterior.
No
sé a que se debe el hecho sistemático de que estas versiones
fueran siempre espléndidas y promisorias. Quizás obedecieran a
un intento de autoconvencimiento, o a no querer exhibir su dolor,
vivido a veces como fracaso.
Yo
recalé en esas tierras sin estar acuciada por necesidades
económicas, permitiéndome realizar lo que creo es un análisis
justo e imparcial, de la situación en que se encuentran inmersos
muchos de mis hermanos.
El
gran vector común es la profunda tristeza. Y no se trata de la
nostalgia de patio, malvón y tango, sino la tristeza del decirse
a diario: "cuando vuelva a la Argentina...".
Vi
a hombres envejecidos prematuramente luchar contra las lágrimas
frente a los ordenadores de los ciber atestados de
latinoamericanos, buscando en la pantalla, un poquito de su
tierra, un poquito de sus amigos lejanos.
Varios
de ellos echaron mano a sus ultimos ahorros para comprar el
billete a la esperanza. En el mejor de los casos, los que
consiguieron empleo reparten su sueldo meticulosamente: "a
casa envío tanto, de lo restante, esto para el alquiler (a menudo
compartido), esto otro para servicios y lo que queda, para
comer".
No
hay para diversiones, sólo la ronda del mate que varios
aprendieron a tomar en el extranjero. Y ante la impotencia del no
regreso (¿a qué?), también el preguntarse: ¿qué estoy
haciendo acá?.
Los
hijos siguen creciendo en el país y cuando su padre puede
enviarles los pasajes para volver a ser familia, ellos por
distintas y atendibles razones, se niegan al traslado.
Entonces
la madre se encuentra ante la cruel disyuntiva de a quien
abandonar.
Una
brutal bomba aniquiló a miles de familias argentinas. Las
destruyó sin la esperanza del renacer. Y profesionales que aquí
no pueden conseguir vivir de su profesión, vieron que afuera
tampoco podían hacerlo, por ejemplo sólo el 5% del cupo para
puestos hospitalarios es concedido a los médicos extranjeros que
hayan revalidado su título. Hay arquitectos trabajando hasta en
tareas rurales, técnicos velando sus noches en garajes. Y sumada
a la sensación de ser alguien distinto a su entorno, todo
conlleva a la impotencia, a la rabia, a la desazón.
¿País
mío, qué le hiciste a tu gente, por qué los empujaste a vivir
la tortura de sólo sobrevivir, en lugares extraños?.
Hay
que contarles la verdad a tanta gente que planea aún exportar su
desesperación. Decirles que nada es tan fantástico como
comentan. Que la subsistencia es durísima, que los alquileres son
muy elevados, que el precio del gasoil sigue en alza; que allí
serán extranjeros solitarios por largo rato. Que como hoy, muchos
deberán compartir el alquiler de la vivienda con otra familia y
que quizá sobrevenga la vergüenza que impida el regreso
derrotado, creando asi su propia mentira de que estamos muy bien.
Por
eso y ante tanto dolor, querido país mío, de una vez por todas,
te pido que despiertes, que no desangres más a tu cuerpo ya
mutilado. Proteje dignificando con trabajo y educación a tus
hijos. De no ser así y emulando al personaje de un cuento que
escribí tiempo atrás, cerremos la puerta, apaguemos la lumbre y
echémonos por ultima vez, a dormir.
Jorgelina
Julia Ivanovic